Aznalcóllar, cuando España aprendió a proteger su patrimonio natural

Los accidentes medioambientales son una de las mayores preocupaciones que tiene la sociedad cuando se habla de la explotación de recursos geológicos y uno de los motivos por los que la profesión del geólogo muchas veces no está bien vista. Y en ese sentido, si ha habido algún suceso relevante en este país a lo largo de su historia reciente ese ha sido sin duda el accidente de Aznalcóllar, uno de los desastres medioambientales más grandes que ha experimentado España, más incluso que el famoso chapapote del Prestige. Este suceso cumplió el pasado abril la mayoría de edad y ahora que sobrevuela la amenaza de una nueva reapertura del yacimiento, con el miedo que eso provoca al rememorar lo que ocurrió hace ya 18 años, en Hombre Geológico he decidido hablar del desastre original, qué ocurrió y qué se hizo para minimizar los daños.

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El desastre de Aznalcóllar, causado por la rotura de una balsa de lodos, es el mayor desastre medioambiental de España. Vista aérea de cómo quedó la presa de la balsa de lodos tras el desastre (fuente: elpais.com).

la mina de Aznalcóllar

La Faja Pirítica Ibérica es una franja de 240 km de largo y 35 km de ancho que constituye en conjunto la mayor reserva europea de sulfuros polimetálicos y uno de los contextos geológicos españoles de relevancia internacional. En ella se han explotado desde tiempos muy antiguos numerosos metales de gran interés, tales como hierro, cobre, cinc, plomo e incluso oro y plata, ya que en ella encontramos las minas romanas de Río Tinto o la que es objeto de esta entrada. La Faja Pirítica es una región muy importante desde el punto de vista metalogénico que constantemente ve abrir y cerrar minas no porque se agote el mineral que hay en ellas, sino porque las oscilaciones del mercado hacen que deje de ser rentable, o vuelva a serlo, el explotar ese mineral en cuestión.

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Esquema geológico de la zona Sudpoortuguesa y la Faja Pirítica Ibérica, indicando la posición de las principales minas de la misma: Aguas Teñidas (AT), Aznalcóllar-Los Frailes (AZ-LF), Concepción-San Platón (CP), Las Cruces (LC), Lomero-Poyatos (LP), La Zarza (LZ), Masa Valverde (MV), Río Tinto (RT), San Miguel (SM) y Tharsis (TH). Imagen tomada de Tornos et al. (2009).

El yacimiento de Aznalcóllar se sitúa en el municipio sevillano del mismo nombre, en el contacto del macizo de Sierra Morena con los materiales sedimentarios de la cuenca del Guadalquivir. Se trata de un yacimiento de origen vulcano-sedimentario formado durante el Carbonífero Inferior por grandes cantidades de sulfuros masivos complejos que se depositaron bajo el mar en un contexto de arco de islas (ver Los bordes convergentes). En él hay mineralizaciones estratiformes de espesor variable (30-90 m) y alto contenido en varios sulfuros masivos, de entre los que destacan la pirita (FeS2), la esfalerita (ZnS), la galena (PbS), la arsenopirita (FeAsS) y la calcopirita (CuFeS2) . Todos estos minerales se emplean como menas de algún metal y en el yacimiento se encuentran en forma de dos de los tres tipos de mineralizaciones de sulfuros masivos que existen, en forma de lentejones masivos o como sulfuros bandeados. Aznalcóllar fue explotada a cielo abierto en una única corta entre 1979 y 1995, aunque cuando sucedió el desastre ya se había empezado a trabajar en una nueva corta (Los Frailes).

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Imagen de la corta Los Frailes en la actualidad, llena de un agua con el característico color verdeazulado tan frecuente en áreas mineras. Esta corta apenas fue explotada antes de que se produjera el desastre de 1998 (fuente: es.wikiloc.com).

El desastre de Aznalcóllar

En la madrugada del 25 de abril de 1998 la presa que debía contener la balsa de decantación de la mina se rompió al desprenderse unos 50 m del muro, gracias a lo cuál se vertieron al río Agrio (tributario del Guadiamar, también afectado) unos 6 hm3 de aguas ligeramente ácidas (pH 5.5) y lodos con altos contenidos en metales pesados. Este vertido afectó un total de 4.630 hectáreas en forma de una ancha franja de 500 m a lo largo de 62 km, contaminó las riberas de ambos ríos a lo largo de 40 km y aunque los lodos no llegaron al Parque Nacional del Coto de Doñana (se quedaron en su límite norte), las aguas contaminadas sí lo hicieron al seguir río abajo hasta desembocar en el Guadalquivir y más tarde al océano Atlántico en Salúcar de Barrameda. A continuación vamos a ver cómo fueron estas aguas y estos lodos y qué impacto tuvieron.

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En el desastre de Aznalcóllar se vertgieron unos 6 hm3 de aguas ácidas y lodos con altos contenidos en metales pesados. Fotografía del estado en el que quedó la balsa de lodos tras la rotura de la presa que la contenía (fuente: elmundo.es).

El drenaje ácido de minas (DAM) es un fenómeno natural muy frecuente en áreas mineras que se produce cuando los sulfuros metálicos se oxidan y liberan hidrogeniones que producen la acidificación del agua. En Aznalcóllar, como región minera con abundantes sulfuros metálicos, lo esperable fue que se produjera DAM, pero esta vino con sorpresas, ya que las aguas vertidas resultaron no ser extremadamente ácidas. De hecho los valores de máxima acidez se concentraron en las aguas que quedaron estancadas, pero no en las aguas que fluyeron por el canal. Y es que en estas últimas el potencial redox no fue suficiente para oxidar los sulfuros, que permanecieron estables como tales en un agua no muy diferente, en cuanto a acidez, a las aguas naturales. No obstante la contaminación en diversos metales sí fue importante, en especial de cinc (72.77 mg/l), de manganeso (11.21 mg/l) y de plomo (2.26 mg/l). El resto de metales rondaron una concentración de 1 mg/l, muy bajo, aunque lo más llamativo fue que elementos altamente tóxicos, como el arsénico o el mercurio, tenían concentraciones prácticamente despreciables.

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Agua estancada de pH 3’5 en el río Guadiamar tal y como se podía ver el día 4 de mayo de 1998. La parte oscura del tronco del centro de la imagen indica la altura que alcanzó la riada en este punto (Aguilar et al., 2000).

Pero en Aznalcóllar el peligro no vino solo de las aguas con drenaje ácido de minas, sino que también se vertió un importante volumen de lodos tóxicos con granulometría variable. Estos lodos quedaron depositados como una capa de 8 cm de espesor medio de un material de color rojizo-violeta que cubría toda la región afectada. Estos lodos, pasados diez días del accidente, mostraban unas concentraciones variables en varios elementos de interés, entre los que destacaban el plomo (7996 mg/kg), el cinc (7187 mg/kg) y el cobre (1993 mg/kg), tres metales pesados que alcanzaban concentraciones que superaban el umbral permitido para lodos de uso agrícola. Una característica importante de estos lodos es que en ellos se produjo una especial concentración de los elementos más insolubles (arsénico, cobre y plomo), cuyas concentraciones en las aguas no superaron el 0.03% de las que había en los lodos. Esto fue clave para que el desastre no fuera peor de lo que fue.

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Uno de los mayores problemas del desastre de Aznalcóllar fue el depósito de lodos tóxicos ricos en metales pesados. Imagen tomada el día 4 de mayo de 1998 en la que se muestran unas plantas enterradas en los lodos violetas de la rivera del río Quema (Aguilar et al., 2000).

Las aguas y los lodos fueron el vertido del accidente, pero para conocer la magnitud del desastre conviene analizar también los suelos contaminados. Por ello el trabajo de Aguilar et al. (2000) también contempló esta parte al analizar muestras de diferentes suelos, afectados y no afectados. Los resultados que obtuvieron fueron también sorprendentes, ya que la contaminación de los suelos dependió, más que de la exposición del vertido, de las características físicas y las propiedades químicas del propio suelo. De esta manera la presencia de carbonatos, que suelen indicar valores de pH altos, ayudó a neutralizar las aguas ácidas en superficie, que no fueron capaces de atravesar el suelo y llegar a los acuíferos. Esto explica por qué la mayoría de metales pesados quedaron retenidos en la parte más superficial del suelo, donde por desgracia las plantas podían tomarlos si eran solubles (caso del cinc) y después los animales ingerirlos. En este análisis de suelo, de todos los elementos analizados hubo cinco metales pesados con concentraciones muy elevadas que eran extremadamente peligrosas: cobre, cadmio, plomo, arsénico y cinc.

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La fauna dulceacuícola del río Guadiamar y otros sufrió especialmente el vertido de Aznalcóllar. Imagen tomada para la Agencia Efe del impacto en la fauna fluvial que tuvo el vertido de Aznalcóllar (fuente: agenciasinc.es).

Actuaciones en la región

Los trabajos que se llevaron a cabo para minimizar el impacto del vertido y retirar los contaminantes se hicieron en varias fases en las que, de manera general, participó siempre la empresa encargada de la explotación (Boliden-Apirsa, S.L.), tal y como marca la Ley de Minas. Una de las primeras medidas que se tomaron fue la construcción de una improvisada presa dos días después del accidente. Esta medida evitó que el vertido continuara tras la rotura de la balsa. Acompañando a esta presa se construyó, aguas abajo, un segundo muro de contención que diera mayores garantías. Gracias a ambas obras se pudo rentener las aguas altamente contaminadas que había en los primeros kilómetros de recorrido, que posteriormente fueron analizadas para separadas las que cumplían con la nortmativa de las que no lo hacían. En cuanto a los lodos, fueron inmediatamente retirados de la región por la propia empresa encargada de la explotación, en colaboración con organismos públicos como la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y la propia Junta de Andalucía. Más tarde se hizo lo mismo con los suelos que estaban claramente contaminados, incluyendo plantas y raíces, lo que tuvo como consecuencia una importante pérdida de materia orgánica. A todo esto hay que añadir que un año después, el lecho del río fue vaciado para tratarlo en seco.

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Tras el desastre de Aznalcóllar los trabajos de minimización de daños y retirada de contaminación fue llevada a cabo por la empresa responsable de la mina, la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y la Junta de Andalucía. Imagen de varios operarios trabajando en la retirada de lodos en Aznalcóllar (fuente: REUTERS).

Los trabajos de actuación sobre el vertido fueron muy rápidos y efectivos, ya que se logró retirar más del 99% del material contaminante, aunque todavía hoy en día queda mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, la retirada de la contaminación del lecho no fue completa porque hubo zonas en las que la presencia de aguas permanentes lo hizo inviable. Del mismo modo, la retirada de lodos y suelos tampoco se pudo completar en los lugares más inaccesibles, donde los trabajos no pudieron realizarse con la misma eficacia que en otras partes. No obstante los lodos y los suelos que sí fueron retirados del medio fueron depositados y acumulados en la corta Aznalcóllar, que ya no se estaba explotando y que iba a ser el destino de todo el estéril sacado de Los Frailes. En la actualidad se cree que en los 12 kilómetros más cercanos a la balsa se alternan áreas prácticamente sin contaminación con otras altamente contaminadas en las que no crece vegetación y de las, en caso de que cambien las condiciones físico-químicas, se podrían liberar al medio grandes cantidades de elementos tóxicos. Eso es lo que ocurre sobre todo en las épocas de lluvia, cuando se registran en el río puntuales picos en manganeso y cinc.

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La corta Azlancóllar, explotada durante años antes del desastre medioamnbiental, fue también el lugar elegido como destino de las aguas y lodos recuperados tras el vertido. Imagen de la corta Aznalcóllar con aguas turbias (autor: Esther Lobato).

Conclusiones

El impacto del desastre de Aznalcóllar fue especialmente medioambiental pero también socioeconónimo, ya que al margen de la contaminación supuso la inmediata paralización de la actividad minera en la zona, se decretó la eliminación de las cosechas y se suprimió la actividad agrícola de los suelos afectados por el vertido. A todo ello hay que añadir el coste de las intervenciones para recuperar la zona. Pero aunque sea el que más conocemos, el desastre de Aznalcóllar no es el único caso de este tipo que ha ocurrido en las últimas décadas. En el año 2010 se produjo la rotura de una balsa con residuos de aluminio en Hungría y se vertieron fluidos tóxicos de pH 13 en forma de lodos rojos que llegaron al río Raba, afluente del Danubio, y que anegaron varios municipios. Y más recientemente, en 2015, se produjo el mayor desastre medioambiental de Brasil al romperse dos balsas que liberaron 62 hm3 de lodos tóxicos (en Aznalcóllar fueron 6 hm3), matando además a al menos una docena de personas.

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Estado en el que quedó la localidad húngara de Kolontar tras el vertido de lodos rojos del año 2010 (fuente: EFE).

El desastre de Aznalcóllar es un buen recuerdo del riesgo de las actividades mineras. Pero no debemos olvidar que el impacto 0 no existe y la minería es fundamental en nuestra sociedad. Decir no a la minería es decir no al progreso, a las energías renobables, a las nuevas tecnologías… Porque en todas ellas la minería aporta materias primas que son cruciales. Por eso lo importante no es decir no a una mina, es preguntarse cómo se va a llevar a cabo y si se cumplirán unos mínimos de seguridad que protejan al medioambiente y a las personas. Aznalcóllar es un gran ejemplo de cómo enfrentarse a una crisis de estas características porque la recuperación de la región afectada fue increíble, con el Corredor Verde del Guadiamar como un buen ejemplo de recuperación medioambiental en el que ya prácticamente no vemos señales del gravísimo accidente. Porque sí, Aznalcóllar fue muy grave, pero pudo haber sido peor si el vertido hubiera llegado a Doñana, si no hubiéramos tenido la suerte que tuvimos con las características físico-químicas del entorno o si no hubiéramos actuado con la rapidez con la que lo hicimos. Y eso también es algo de lo que no debemos olvidar, para que Aznalcóllar no se repita nunca, ya sea en España, Brasil, Hungría o Portugal.

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El Corredor Verde del Guadiamar es el proyecto de restauración de la ribera del río Guadiamar, de gran éxito porque ya prácticamente apenas se ven indicios del desastre (fuente: andalucia.org).

Bibliografía

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Arenas, J.M.ª; Carrero, G.; Galache, J.; Mediavilla, C.; Silgado, A. y Vázquez, E.M. (2001): «Actuaciones realizadas tras el accidente de Aznalcóllar». Boletín Geológico y Minero.Vol. Especial, 35-56.

Consejería de Economía, Innovación Ciencia y Empleo de la Junta de Andalucía (2013): «Dosier informativo de la Mina de Aznalcóllar para empresas».

Domínguez, M.T.; Alegre, J.M.; Madejón, P.; Madejón, E.; Burgos, P.; Cabrera, F.; Marañón, T. & Murillo, J.M. (2016): «River banks and channels as hotspots of soil pollution after large-scale remediation of a river basin». Geoderma, 261, 133-140.

Martín Peinado, F.J.; Romero-Freire, A.; García Fernández, I.; Sierra Aragón, M.; Ortiz-Bernad, I & Simón Torres, M. (2015): «Long-term contamination in a recovered area affected by a mining spill». Science of the Total Environment, 514, 219-223.

Tornos, F.; López Pamo, E. y Sánchez España, F.J. (2009): «The Iberian Pyrite Belt». In: Spanish geological frameworks and geosites. An approach to Spanish geological heritage of international relevance (A. García-Cortés, Ed.), IGME, Madrid, 56-64.

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